Una patética habilidad de Cascallana es apelar al victimismo retroactivo de cuando el PSOE era la oposición. Cuatro años -de 1999 a 2003- en los que la oposición de izquierdas realizó la clásica oposición bronca, llena de pancartas, gritos, reclamaciones, interrupciones. Las quejas, cuya habilidad consigue que nunca queden viejas, se basaban siempre en el mensaje de que la actitud del PP era antidemócrata. Falta de libertad, déficit democrático, vulneración de los derechos fundamentales de los concejales; ése era el marco referencial en el que situaban su labor de oposición.
Y ése es el que mantienen ahora que están en el Gobierno, y ésa es su habilidad.
Cómo lo consiguen? Manteniendo el mismo tono de denuncia y reivindicación en todas sus intervenciones. Haciendo cuestión personal de los asuntos polémicos. Usando frases cargadas de insinuaciones, medias verdades y medias mentiras, latiguillos y lugares comunes, lenguaje mitinero mezclado con expresiones populares, con su puntito chusco y francamente chabacanas -pa crisis la que yo me sé-. Exigen respeto institucional pero retuercen el Reglamento para que beneficie al Grupo Socialista. Evitan las intervenciones de la oposición que no son de su agrado y abusan de la ventaja que les da la última intervención. Y, sobre todo, aprovechan la posibilidad que da el Reglamento al alcalde para intervenir siempre que lo desee, incluso interrumpiendo a los concejales de la oposición, incluso interrumpiendo a sus propios concejales. Utilizando esa vieja estrategia que inventó el nazi, repetiendo continuamente la misma mentira hasta que se tome por verdad.
Cuidan la puesta en escena, hablan con el tono de quienes están convencidos de estar en posesión de la verdad, exageran el gesto, son melodramáticos y agesivos, se sorprenden de pronto y parecen indignados, saben poner cara de beata hipócrita y cara de mosquita muerta. Pero igualmente saben mirar a sus oponentes con el gesto de superioridad del que sabe mejor que nadie cómo se gestiona la cosa pública, y son provocadores y despreciativos.
Y, por último, saben manejar a un público fiel que tantas veces llena la sala y está pendiente de un gesto de la portavoz socialista, de una mirada del presidente del Pleno, de un carraspeo del alcalde. Son sus cargos de confianza y por eso son muchos, le deben al alcalde su puesto de trabajo y un buen sueldo, a veces demasiado sueldo para tan poco trabajo. Unos tienen la concesión de los kioskos de los parques públicos y de sus imprentas sale el periódico municipal. Otros son viejos militantes casi sin vida privada o militantes tan nuevos que no tienen muy claro todavía cómo se le baila el agua al senador pero intuyen que vociferar en el Pleno es un buen modo de empezar a hacerle el caldo gordo.
Y así pasan los plenos muncipales y ésta es la vida institucional en Alcorcón, una puesta en escena, un espectáculo reservado a unos pocos.
Rafael González Monedero.
Publicado en "Aquí y Ahora"
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